Metrópoli

San Luis paranormal: La bruja de Tequisquiapan

Ninguna historia de terror me ha helado tanto la sangre como esta que, más que historia, es una vivencia. A su lado, cualquier narración parece una caricatura o un chiste mal contado. Todavía, el simple hecho de recordarla o de visitar alguno de los lugares que se relacionen con ella, vuelvo a estremecerme y sentir un escalofrío aterrados que me deja inmóvil, casi tanto como aquella vez.

Hubo un tiempo en el que San Luis Potosí era mucho más pequeño de lo que es en la actualidad, la Avenida Reforma, llamada entonces de otra manera, era casi el final de la mancha urbana. Ir al Barrio de Tequisquiapan, Tequis, como le dicen ahora, era aventurarse a ir más allá de donde terminaba la gran ciudad, sin embargo, ya había construcciones y algunas familias habían comenzado a poblar esta zona.

No eran muchas casas ni había grandes atractivos pero a muchos jóvenes nos gustaba visitar el barrio por las tardes. Era un poco diferente al centro de San Luis, incluso la gente se portaba distinto. Nos hicimos de varios amigos y fueron ellos quienes nos metieron en su cultura y nos hablaron de las cosas que se podían disfrutar en Tequis pero, sobre todo, nos hablaron de aquellas a las que había que temer.

Nos dijeron que rumbo al Río Santiago, casi apartada de la civilización, había una casa muy humilde y que en ella vivía una solitaria mujer; no socializaba con la gente y rara vez salía de su vivienda, cuando lo hacía era para ir al mercado a comprar toda clase de hierbas, huevos y gallinas. Decían que era muy bella pero nadie se atrevía a hablarle. Desde luego, las malas lenguas la tacharon de bruja pues, aunque su apariencia era la de una mujer de no más de 30 años, su voz y algunos de sus ademanes dirían que ya superaba los 70.

Una noche, jugando a ser valientes, nos encaminamos hasta la casa y al estar muy cerca nos retamos unos a otros a que nadie se atrevía a arrojarle piedras a la casa de la Bruja de Tequis, nombre que ya le había dado el pueblo. Nadie se dio cuenta de cómo pasó pero al final todos estábamos apedreando la fachada de la endeble vivienda hasta caer rendidos de cansancio. Sabíamos que nada podía pasar, por eso nadie corrió, por eso tomamos con tanta calma lo que había sucedido.

Tras recuperar el aliento, el silencio imperó en el lugar, ni siquiera el viento soplaba. Nos vimos unos a otros y al ver que nadie salió a reclamar decidimos regresar al barrio. El camino se prolongó más de lo esperado, estábamos seguros que habíamos caminado en la dirección correcta pero entre la oscuridad no podíamos confirmarlo. Apresuramos el paso pero no podíamos llegar al final del camino, no lográbamos ubicarnos.

Seguramente ya pasaba de la medianoche y nuestra caminata, ya desesperada, no podía terminar. Comenzamos a sentir frío pero la preocupación y la angustia podían más. Diversos ruidos en los alrededores nos hacían sentir como corderos asechados por lobos. No veíamos nada en la oscuridad pero sentíamos que alguien nos observaba de cerca, como quien espera el momento adecuado para atacar.

Pasos más adelante distinguimos una figura humana que caminaba hacia nosotros. A los cuatro nos invadió el miedo pero al mismo tiempo nos sentíamos aliviados al pensar que ya estábamos cerca del barrio. Fingiendo valentía seguimos caminando y a unos metros de nosotros la figura se detuvo. Buenas noches, la saludamos casi a coro pero no contestó, simplemente se quedó inmóvil.

Se había parado a mitad de la vereda, no había manera de seguir sin pasar junta a lo que fuera. No sabíamos si seguir o correr en otra dirección, total, ya estábamos perdidos. Cleto, el mayor de nosotros, se adelantó y se acercó hasta donde estaba la figura, nosotros nos quedamos unos pasos atrás. De súbito, Cleto cayó al suelo y comenzó a revolcarse, gritaba con tal terror que nos sacudía el alma entera. No sabíamos qué sucedía ni cómo reaccionar. Finalmente cayó, no hubo más gritos.

Fue entonces cuando esa figura se dirigió a nosotros y la reconocimos, era la misma mujer, esa cuyo nombre desconocíamos, la que iba al mercado a comprar toda clase de hierbas, huevos y gallinas, la que todos tachaban de bruja, la dueña del jacal que poco antes habíamos apedreado. Su mirada, su gesto, su semblante, tan claro a pesar de la oscuridad de la noche, parecía el vivo reflejo del infierno.

Corrimos en todas direcciones. Corrí hasta caer rendido, llorando y rezando al mismo tiempo. Deseaba que no me hubiera seguido pero también pensaba en mis amigos, en cómo estarían, en qué habría pasado luego de que nos separamos. Entre el miedo, el terror y un llanto interminable, me quedé dormido a mitad de la nada.

El sol me despertó al día siguiente y sin pensar en más, todavía impactado, agarré camino rumbo a mi casa. Esa misma tarde, la gente comentaba la muerte de un muchacho en el Barrio de Tequis y entre sus pláticas mencionaban también un incendio en el jacal de la bruja, esa mujer de la que nadie sabía su nombre. La improvisada construcción se había reducido a cenizas y de su dueña nada se sabía.

En el velorio de Cleto me topé con Anselmo y Pepe, los dos estaban bien en apariencia pero su rostro evidenciaba lo que había pasado. Pensé que el mío estaría en la misma situación. Nadie sabía cuál fue la razón que originó la muerte de Cleto pero todos estaban conmocionados.

Me quedé dormido en una vieja banca junto al cajón donde yacía el cuerpo de Cleto. Digo que fue un sueño pero lo sentí muy real; un viento helado apagó todas las velas, en silencio y en completa penumbra, una figura entró desde la calle y se paró junto al cadáver, me vio, sonrió. Era ella, era la Bruja de Tequis, burlona y como si estuviera contenta con lo que había simplemente se desvaneció. Desperté o reaccioné, no lo sé.

Nunca se volvió a ver en el lugar a aquella misteriosa mujer, sin embargo, hay quienes dicen que en las calles que ahora se conocen como Mariano Otero, Mariano Ávila y Anáhuac, han visto una figura que deambula cuando la noche está más oscura y que al acercarse desaparece dejando un escalofrío aterrador, capaz de alterar hasta al más valiente.

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