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San Luis paranormal:El fraile de Mexquitic que se colgó por amor

Nunca supe si las historias que me contaba mi abuela eran reales, lo cierto es que lograron marcarme la vida; las de héroes o grandes proezas me hacían pensar en la posibilidad de hacer un mundo mejor, las de enamorados me crearon la ilusión de un amor eterno pero las de terror, de esas que conocía bastantes, aún a la fecha logran erizarme la piel y hacen que un miedo atroz recorra cada parte de mi cuerpo.

Hoy, sin querer, terminé aquí, en el patio del Convento de San Miguel Arcángel, a un costado de la Parroquia edificada en honor al mismo santo. La gente de Mexquitic no ha perdido la fe y todos los días viene por montones a traerle flores, a darle gracias o a pedirle un favor, dicen que es un santo muy milagroso…

El sol ya no tarda en ocultarse y una sombra macabra comienza a ganar terreno. No puedo hacer a un lado los recuerdos de esa historia, la que tantas veces me contó mi abuela, hasta parecía que era una de sus favoritas (o la que más miedo le daba a ella misma). Veo en todas direcciones y me doy cuenta de que estoy solo pero una horrible sensación me invade, son ganas de salir corriendo o de gritar, de pedir ayuda, de llorar o de empezar a rezar.

Mi abuela decía que en este mismo patio, entre los arcos del convento, deambulaba un espíritu errante, un alma que vagaba sin consuelo luego de haberse quitado la vida; se trata de un fraile, un humano como todos nosotros, quien no pudo evitar caer ante sus pasiones y se enamoró de una joven. Como pudo, se ganó la confianza de Anita, 18 años había cumplido apenas unos meses antes, de cabello y ojos negros, de piel morena y sonrisa sin igual.

Luego de varios meses, el fraile le confesó su amor a la joven quien, de inmediato, lo rechazó. Ella estaba segura de que no podría mantener una relación de este tipo, de pecado. El fraile le insistió mucho, le rogó, la besó a la fuerza, la estrujó y sació con el cuerpo de la joven todos sus deseos carnales. Finalmente, la apuñaló hasta quitarle la vida, luego, mitad de la noche, la llevó hasta la presa y desde la cortina arrojó el cuerpo inerte a las aguas profundas.

Los días pasaron y cada vez era mayor el peso del delito, la culpa lo fue consumiendo y en una noche, cuando el remordimiento y la desesperación lo tomaron como prisionero, corrió hasta el patio y en uno de los arcos ató una cuerda, enredó un extremo a su cuello y se colgó para acabar con su agonía. Al amanecer, en un terrible episodio, su cuerpo fue descubierto por los religiosos. Ese mismo día, el cuerpo de Anita apareció flotando junto a la cortina de la presa.

La gente relacionó ambas muertes y culpó al fraile del asesinato. «La culpa lo consumió, el pecado acabó con él» decían, sin embargo, lo peor apenas estaba por suceder; los niños que acudían al catecismo todas las tardes , entre ellos mi abuela, comenzaron a quejarse por la presencia de un hombre pálido que los llenaba de miedo, aseguraban que no caminaba, que flotaba en el aire, que sus manos eran secas y su cara era el vivo rostro del horror.

Los adultos ignoraban a los niños pero no fue hasta que otro fraile José, amigo del difunto, narró el horrible momento que pasó la noche anterior cuando, al cruzar el patio, se topó de frente con el cuerpo del occiso que colgaba del arco, todavía pataleaba y luchaba por salvar su vida. Confundido, José intentó ayudarlo pero al acercarse el cuerpo simplemente desapareció, un escalofrío recorrió todo su cuerpo y como pudo se alejó del lugar rezando el Padre Nuestro.

La historia corrió como pólvora entre la gente, pronto decían que el cielo lo había rechazado por sus pecados y que estaba condenado a pasar la eternidad repitiendo el momento de su muerte, sin que nadie pudiera ayudarlo, sin poder lavar sus culpas. Cuando fui creciendo, de muchas voces escuché la misma historia…

Hoy, sin querer terminé aquí, en el patio del Convento de San Miguel Arcángel, a un costado de la Parroquia edificada en honor al mismo santo. El sol ya no tarda en ocultarse y una sombra macabra comienza a ganar terreno, no hay nadie más en el patio pero alcanzo a percibir una silueta que pende de un arco, se mueve con desesperación… ¡Dios Santo, está colgado… debo ayudarlo!

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