Especial

(Galería) Despiden al Rey del Wepa

Desde la existencia de la humanidad, la sociedad se ha organizado para afrontar la muerte, tanto las exequias que merecen un trato privado y delicado entre los más cercanos como la difusión de la noticia en lo público.

El filósofo Norbert Elias, en su ensayo “La Soledad de los Moribundos” hace una análisis crítico de la tendencia de la modernidad que busca hacer más “higiénico” el proceso del duelo. Alejando al fallecido hasta de su propia familia, con tal de salvaguardar valores tan superfluos como lo es la estética.

Sin embargo, y a lo largo de mi corta carrera como periodista, el día de ayer fui testigo del rompimiento de ésta tendencia de desnaturalización del ritual fúnebre y comparto la siguiente crónica:

Fue una madrugada fría la del 5 de octubre del 2021, la noticia se dio a conocer con la violenta velocidad que hoy nos ofrece la tecnología. Asesinaron a Juan Manuel Quistián “El Rey del Wepa”, lo anunciaban algunos medios de comunicación, otros más tenían sus reservas aún, no es fácil dar una noticia así sin confirmar. Aunque no todos lo conocieron, sabían de él, aunque el nombre pudiera no quedar preciso, el pseudónimo era bien conocido. Ostentar cargo nobiliario de un bien cultural que es generador de tanta identidad, como lo es el “wepa”, habla de lo importancia de la persona y la noticia de su deceso. En efecto era un magnicidio.

Por naturaleza humana, la noticia inundó las redes de forma negativa, lamentos, indignación, incredulidad y una que otra oportunista crítica eran el tópico del día. Pero conforme pasaban las horas la negatividad se iba diluyendo, la noticia del homicidio de Juan Manuel Quistián iba perdiendo fuerza, no por el olvido que llega ahora tan rápido en esta vida de frenesí, sino por que se gestaba un nuevo sentimiento en la población “Ha muerto el rey, viva por siempre el rey”.

Y, es que aún entre el aturdimiento propio de la noticia, la conciencia y sentimiento del barrio, se iba imponer por encima de cualquier ignominia. Al final, Juan Manuel Quistián había logrado coronarse en el corazón de su público, ninguna bala pérfida podría quitar ni ayer ni nunca el reconocimiento que se había ganado. Un reconocimiento que ni autoridades, ni títulos heredados, ni golpes de suerte pueden conceder: únicamente el trabajo duro, el cariño por la gente y la entrega al barrio.

Se dice que “El Rey del Wepa” hizo lo que ningún alcalde o presidente pudo , juntar grupos de pandillas rivales y evitar que se atacaran, antes más, pedía que disfrutaran fraternamente de la música. Tenía la autoridad suficiente para ser un garante de paz. Algo que ninguna fuerza policial podía hacer sin ejercer el miedo o la violencia.

La noche del 5 de octubre en la calle de Aquiles Serdán número 615 en el tradicional Barrio de Tlaxacala, el frío no permeo los corazones. Una multitud se arremolinaba bajo una carpa, no dejaban de llegar personas,  algunas traían flores, otras «trapos», banderas,  caguamas. En un primer momento solo se iba permitir a familiares y cercanos ver el cuerpo, dar un último adiós. Pero el rey se debe a un pueblo. Y la familia reunió la fuerza y coraje suficiente para organizar y permitir que todo aquel que quisiese, se fuera despedir de él. Una persona me comentó que llevaba 3 horas esperando. En un punto de la noche el grupo de gente llegó hasta eje vial.

Pregunté a un familiar sobre si tenían un estimado de cuanto iba durar el velorio para yo informar a la gente, en eso se acercó José Francisco Quistián “Mister El Taz” y me dijo “No sabemos” y con un brazo extendido hizo un gesto apuntando al mar de gente como diciéndome “mira” y comenzó a llorar. Se agachó brevemente, recuperó sus fuerzas y se volvió a su tarea de organizar a la gente para que ésta pudiera pasar.

En un momento de la noche, sus dos hijos se asomaron por una ventana del segundo piso, con llantos y gritos entrecortados, agradecieron con la pura mirada la asistencia de las personas, mientras dedicaban unas palabras a su padre mirando al cielo y las cuales eran respondido por la multitud. Un sentimiento agridulce: lágrimas de tristeza y felicidad, por la muerte de un padre que deja un legado cultural tan fuerte que fue despedido (sin que hubiera plan alguno de hacerlo) bajo el clamor de las masas “Viva el rey del Wepa”.

Esa noche sólo existió un único barrio, Juan Manuel Quistián los unió a todos.

 

Texto / Fotografías  @Pukkov 

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