OPINIÓN

La soga al cuello : Ya no estoy a gusto aquí

Piedad por el culpable es traición al inocente. Ayn Rand.

 

¿Les ha pasado a ustedes, lectores, lectoras de ocasión, que la ciudad que creen conocer, la que han visto toda la vida, en esas callejuelas derruidas y edificios vetustos donde crecieron, donde están guardados sus recuerdos, ya no se parece a lo que era?

 

Esa nostalgia cursi es un signo distintivo de que ya se está uno volviendo viejo, es normal convertirse en un maldito sentimental. La cosa es que con el progreso llega el dinero y las ganas de gastarlo, hasta parece una maldición. Pasamos las últimas dos décadas del siglo pasado esperando ver llegar el auge económico prometido, siempre pensamos que por ser un cruce de caminos las cosas se darían de forma natural. Mejor otros estados como Guanajuato, Querétaro o Aguascalientes obtuvieron la tan ansiada industria trasnacional.

 

Siempre culpamos a los gobiernos y a los sucesivos conflictos políticos que sumieron a San Luis Potosí en una especie de modorra colectiva, somos muy hábiles para ver la paja en el ojo ajeno. La ciudad está sumida en la mediocridad, los gobiernos son el negocio de unos cuantos. Las grandes fortunas, simples especuladores del suelo urbano y desarrolladores inmobiliarios que sin el menor escrúpulo son capaces de enviar a vivir a miles como vecinos de un tiradero de basura, con tal de ganarse un par de centavos en el precio del metro de terreno.

 

Esos personajes notables de la sociedad potosina son los que jodieron la ciudad, por hambre y codicia. Financiaron campañas políticas y corrompieron funcionarios para recibir sendas autorizaciones de populosos desarrollos habitacionales en la periferia y fraccionamientos privados en la zonas exclusivas. Lucran con las factibilidades de agua potable y aportan su grano de arena al grave deterioro del acuífero. Cuando la ciudad colapse, ellos (los responsables) serán los primeros en salir huyendo a un mejor lugar.

 

Mencionaba la melancolía por “el San Luis que se fue”, porque ya no conozco esta ciudad monstruosa, y no sólo porque ha crecido tanto y sin ningún orden, sino también por cómo se ha transformado la sociedad. Ya no son los Meade, ni los fanáticos de la fiesta brava o el club de beatas que mantenían una vela perpetua. Y no es que extrañe a esas moralinas y la mojigatería de la corrección política potosina, es solo que no nos dimos cuenta de esta involución que ahora padecemos.

 

Hoy la ciudad son clanes, pequeñas gavillas organizadas que se apropian cada una de un pedazo de calle, taxistas, repartidores de comida, policías ministeriales, el cartel de los estatales, antreros, distribuidores de droga bien organizados, comerciantes de la vía pública y hasta los que tienen el monopolio de los juegos mecánicos para fiestas patronales. La ciudad está rabiosa, y se puede palpar ese tufillo con olor a sangre seca flotando en el ambiente.

 

Sabemos por los diarios, (pero más pronto por las redes sociales) de crímenes atroces cometidos por personas comunes, gente con la que uno comparte el asiento en el camión o la fila para comprar pastelitos Krispy Kreme. Uno nunca imaginaria que hay un feminicida en potencia detrás de un vecino conocido por ser celoso, o que un grupo de vecinos se va a convertir en responsables de un asesinato tumultuario en perjuicio de otro sujeto acusado de haber lastimado junto con su pareja sentimental a la hija de su cuñada que tenía bajo su resguardo. La vida, no vale nada, -hasta el mismo José Alfredo Jiménez se sorprendería de la obviedad de su frase.

 

En la ciudad hay “anexos” (casi 300 para ser exactos) escasamente regulados por la autoridad, en ellos, además de recluir o privar de la libertad a drogadictos y alcohólicos que son ingresados por familiares que ante la incompetencia de poder ayudarle a sus familiares los llevan al matadero y hasta pagan por la tortura que se les infringe, en la mayoría de los casos sin conocimiento de ningún método científico o empírico. Solo son negocios, y muy lucrativos, la mayoría cuando sale de esos lugares reincide en su conducta, porque el aislamiento te priva del acceso al vicio, pero también acrecenta el deseo inaudito de volverse a encontrar con el diablo.

 

Se habla de que en la ciudad de San Luis Potosí existen 50 mil adictos nada más al cristal, la gran cantidad de delitos con violencia que a recientes fechas se denuncian lo demuestran. Todos hemos sido testigos presenciales o testimoniales de algún desafortunado incidente violento que involucra a un familiar o vecino. En ocasiones, los delitos son cometidos por personas conocidas, identificables y localizables.

 

Aquí es donde llegamos a la parte de la inacción del estado, en caso de ser detenido en flagrancia el delincuente, el jefe del comando a cargo de la patrulla, convence al ciudadano de que no tiene sentido presentar denuncia porque “nunca pasa nada y luego, hasta los de derechos humanos los defienden para que salgan libres”. El ciudadano común, por lo general opta por evitarse problemas, aunque posiblemente lo lamentará más adelante. El patrullero por ahorrarse el papeleo contribuye a acrecentar más el grave problema del delito común y el consumo de estupefacientes.

 

Conozco lamentables casos de personas que solo salen a conseguir la dosis necesaria para mantenerse bajo el influjo de alguna sustancia. El delito de robo es tal vez el que menos se denuncia y se persigue a pesar de que atenta contra la tranquilidad de los habitantes de una ciudad, todo aquél que sufre un “incidente” guarda en su interior el deseo de ser culero, por lo menos una vez desquitarse. Por eso son tan comunes los linchamientos vecinales cuando la suerte se le acaba al ladrón, la impotencia se transforma en rabia y casi siempre culmina con resultados lamentables.

 

El director de la policía vial reconoce que aproximadamente se suscitan en la ciudad 15 percances vehiculares, sobretodo los fines de semana y la mayoría de ellos se atribuyen al consumo de bebidas alcohólicas, es tal el deseo de los potosinos de evadirse de la realidad que en un instante de euforia pueden desgraciar su vida y la de los demás. No existen políticas públicas para inhibir el abuso de las sustancias etílicas, por el contrario, cada vez hay más establecimientos disfrazados de antojerías con venta de cerveza.

 

La ciudad es corrupta, y es prácticamente imposible enumerar todo lo que está mal, tal pareciera que la corrupción se ha vuelto institucional.

 

No hay ningún lugar en el planeta donde las cosas hayan cambiado por decisión de algún político o dictador, es menester tomar conciencia de lo evidente y participar todos, aunque tengamos que sacrificar algo, tiempo, dinero o privilegios.

 

Antes que sea demasiado tarde, porque el día de mañana todos podríamos tener un arma y volvernos los victimarios de los que atenten contra nuestras posesiones y contra nuestra seguridad personal.

 

Tal vez entonces seremos una sociedad egoísta en la que cada quien vea por su propio interés y quizás entonces regresen los días en que la solidaridad era la base fundamental de la convivencia y la garantía de la paz social.

 

@gandhiantipatro

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