OPINIÓN

La soga al cuello: El 8 M y el INE no se toca

La cultura del positivismo ha fomentado una sociedad de la imagen, y la apariencia en la que la autenticidad y la verdad son sacrificadas a cambio de la aprobación social. Zygmunt Bauman. Modernidad Líquida.

 

Marcharon codo a codo, gritando con firmeza los corifeos de ocasión, la turba se transformó en una fuerza emotiva que haría evocar las viejas luchas civilistas en  defensa de los derechos vulnerados, ellas se unieron y aún cuando se sabía que el clamor popular es desfavorable para el estado, siempre existe un resquemor de que alguna provocación genere un conflicto que justifique la represión. Es más fácil obtener del presidente Andrés Manuel López Obrador algo de condescendencia y respeto siendo la madre de un traficante de drogas, que un colectivo en defensa de esos privilegios que tanto gustan al conservadurismo como la libertad.

 

Las diputadas panistas y priistas de la coalición se unieron en defensa del INE y contra el llamado plan b. Maravillosa oportunidad para dejar constancia del compromiso social y subir algunas fotos a las redes sociales. Aranza Puente, Liliana Flores, y hasta la dirigente estatal del Partido Acción Nacional Verónica Rodríguez, acompañada de su amigo y mentor Xavier Azuara Zúñiga. Siempre atento el vato a su ato. Dejaría de ser un “tanquianero” de Tanquián.

 

Para el llamado #8M las damas de la política no aparecieron, ni siquiera para mezclarse de incógnitas entre las filas de la marabunta de mujeres encabronadas. Acá era otra cosa, las líderes se ganaron su lugar a chingadazos y no por ser recomendadas de alguien, los títulos nobiliarios y los cargos públicos valen poca cosa. En un breve stalkeo se puede apreciar que las mujeres de la política potosina no conocen de las luchas más auténticas, de haber participado con su presencia su instinto narcisista no hubiesen soportado la tentación de tomarse una gráfica con la cámara frontal del celular y subirla a sus estados de whatsapp o Facebook.

 

Hoy en día esos eventos son parte del ideario colectivo y las discrepancias de tipo ideológico, raza o credo no deberían ser determinantes para unirse en un solo grito y alentar a mayores logros y garantías de respeto y voluntad. Ahora sí que, como decía mi abuela, lo dicen de dientes para afuera. La verdad es que en San Luis Potosí, (quién sabe como sea en otras partes) son bien “malinterpretosas” las mujeres de la política local. Quizás sea su inexperiencia o su ignorancia (y no es violencia política de género decir que alguien es estúpido o hipócrita) pero no recuerdo la última vez que las legisladoras debatieron en tribuna y reafirmaron su condición de ser pensante para materializar un logro real en beneficio de las potosinas.

 

Vamos, ni siquiera para alzar la voz por los llamados “feminicidios” que al igual que los homicidios, se van quedando en el rezago y pasan a engrosar el expediente de la impunidad y la ignominia. Afirma el fiscal del estado José Luis Contreras que de cerca de 50 mil denuncias anuales si acaso se resolverán diez mil (y se me hacen muchas) y que eso, jamás se acabará. No sé si felicitar al fiscal por su sinceridad o lamentar su cinismo. Cuando el representante de un ente público tan importante claudica, uno se pregunta: ¿y porque tendría entonces yo que respetar esta entelequia?

 

Las legisladoras no levantaron la voz y al menos hasta ahora ni siquiera han propuesto un exhorto para pedirle a la autoridad investigadora mayor celeridad con respecto del último feminicidio perpetrado en contra de una mujer policía presuntamente por su pareja sentimental que también es integrante de la corporación. El cuerpo fue desechado en un muladar con huellas de tortura, quizás queriendo simular el ataque por parte del algún grupo criminal pero la torpeza y la premura de los acontecimientos hacen suponer lo obvio.

 

La violencia y el acoso contra las mujeres en las corporaciones policiacas es sistemática. La brecha  salarial y la desigual participación en las estructuras de poder son evidentes, los mecanismos y los órganos de dirección que conceden los ascensos están controlados por la “machiza”. La cultura y los medios de comunicación promueven estereotipos que perpetúan la discriminación.

 

Es curioso, pero incluso cuando hay mujeres que ocupan cargos importantes (como en la fiscalía general del estado) más por ser esposas o prometidas de otro funcionario importante y desplazan aquellas que se han ganado un lugar a fuerza de resistencia y compromiso. También eso atenta contra la lucha histórica porque deja manifiesto que solo bajo la tutela de un hombre, una mujer podrá lograr sus objetivos y eso reafirma la percepción de sometimiento.

 

La igualdad de género es un derecho que no se ha logrado a plenitud en el mundo, al menos en México, la lucha contra la discriminación debería ser una prioridad en la agenda política de cualquier partido. La lucha de las mujeres en México no deja de ser una paradoja, porque en nuestro país persisten y hasta se han acrecentado los actos de violencia política y los abusos sistemáticos que desde el estado se promueven. El gobierno se reserva el derecho a la violencia física y verbal.

 

Como claro ejemplo ahí está el presidente López Obrador que se ha cansado de vilipendiar a la presidenta de la corte porque no se levantó de su silla cuando él entró al histórico recinto en Querétaro donde se debatió la constitución de la tercera transformación de México. Tal vez la más efectiva de las cuatro transformaciones de México. El caso es que lo que él presidente se desgañita y denuncia como una grosería lo que es una nimiedad en la jerga política. Digo, al parecer a él le dolió más esa bobería que a la presidenta Norma Lucia Piña que la sentaron junto al representante del poder legislativo cerca de la salida de emergencia.

 

Quizás las legisladoras potosinas puedan comprometerse con las causas de las suyas principalmente conociendo y estudiando a las teóricas del movimiento. Tal vez puedan pedirle a sus asesores (hombres la mayoría) que indaguen más sobre el origen y el contexto histórico y así sabrán que los privilegios actuales se ganaron centímetro a centímetro en el campo de batalla. Quizás les pueda servir Nancy Fraser quien planteó que “la igualdad de género en el ámbito laboral no puede lograrse simplemente mediante la igualdad formal, sino que también implica la eliminación de la explotación y la opresión económica”.

 

No se trata nada más de ser empáticos porque la sororidad implica acción y compromiso. Es menester conocer a profundidad esos temas y no pretender que lo aprendió uno todo a través de un breve video de tres pesos en Facebook donde se demonice al género dominante. Ahora vivimos en una era donde el emprendedurismo es lo actual, persiste un exceso de positivismo en las redes sociales y en los ambientes de trabajo, sobre todo en la industria y en la burocracia. Es lo que daría en llamar: la hipocresía institucionalizada.

 

Ya lo decía el psiquiatra Carl Gustav Jung, “el positivismo destruye la esencia de la personalidad humana, al hacer que se dependa de las opiniones de los demás en lugar de su propio juicio”. Las diputadas no podrían estar ajenas a esta fragilidad emocional, para ellas fue más importante defender al INE (no digo que este mal o que no sea su derecho) que solidarizarse con las miles de mujeres rabiosas que tenían un grito ahogado. Difundir un video como grupo parlamentario con frases hechas y con una sonrisa de oreja a oreja no cuenta como acción sorora, no se equivoquen. Eso es más bien parte de ese positivismo maligno que la sociedad del consumo ha manufacturado, la verdad es manipulada y la opinión pública moldeada a conveniencia.

 

Existe ahora una cultura de la superficialidad donde las personas son juzgadas más que por sus actos, por su apariencia física, lo que se podría llamar “el efecto Instagram”. Nunca estuvo la humanidad y los habitantes de una ciudad mejor comunicados, aquí si aplica el término, interconectados. Pero también nunca el ser humano se sintió más solitario. Dos personas o más pueden estar respirando el mismo aire en un lugar específico y cada quien marcar su distancia encendiendo el móvil para ignorar a sus congéneres.

 

El poder de la marcha es que quien camina a tu lado piensa, actúa y siente lo mismo que tú y el poder no radica en una sola persona, tampoco en el discurso, es la avasallante energía del grito contenido que estalla y llena los rincones de una plaza y hace temblar las estructuras. Los edificios simbolizan el poder, y por eso deben ser mancillados cuando el poder, ya no existe.

 

@gandhiantipatro

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