El dolor es inevitable, pero el sufrimiento es opcional. Shiddartha Gautama.
La fiscal general de los Estados Unidos de Norteamérica Pamela Bondi anunció recientemente que fueron presentadas las primeras acusaciones en contra de mexicanos que presuntamente lideran o colaboran con organizaciones delictivas responsables de traficar metanfetaminas y fentanilo de México a EEUU. La funcionaria federal afirmó: “Este anuncio demuestra el compromiso inquebrantable del departamento de justicia con la seguridad de nuestras fronteras y la protección de los estadounidenses mediante un procesamiento judicial eficaz”. Los acusados Pedro Inzunza Noriega de 62 años y Pedro Inzunza Coronel de 33 años comandan una fracción del cártel de Sinaloa que deriva de la extinta organización de “los Beltrán Leyva” dedicados primordialmente al tráfico de estupefacientes. La acusación es por pertenecer a una empresa criminal continua; narcoterrorismo; suministro de apoyo material a una organización terrorista extranjera; conspiración internacional para distribuir sustancias controladas, así como lavado de dinero. Los Inzunza tienen el honor de ser los primeros criminales mexicanos acusados de narcoterrorismo, además de otros integrantes de su red criminal, los personajes están ahora en la mira de las áreas de inteligencia norteamericanas y evidentemente son una prioridad por la gravedad de la acusación. También fueron acusados de conspirar para traficar armas y personas María del Rosario Navarro Sánchez, Luis Carlos Dávalos López y Gustavo Castro Medina quienes presuntamente no pertenecen a ninguna organización criminal pero mantuvieron estrecha relación para planificar y ejecutar acciones de apoyo en detrimento de los intereses de EEUU. O sea, de pensamiento, palabra u omisión podría ser el delito por el que las áreas de inteligencia americanas podrían acusar a cualquier persona, no importa si sus actividades se desarrollan en territorio americano o mexicano.
Así que piénselo bien si tiene usted estimado lector un primo, hijo o pareja que repentinamente desarrolla una capacidad extraordinaria de multiplicar los peces y los panes, como dice la canción: la gente anda preguntando: ¿en qué trabaja el muchacho?. Lo digo por esas madres mexicanas abnegadas que le facilitan su crédito Elektra para adquirir a crédito la motocicleta italika con la que piensan emprender y obtener un medio de empleo independiente como repartidor de alguna plataforma digital de comida rápida y al paso del tiempo resulta que el joven abandonó casi al principio del reto las intenciones de incrustarse como un engranaje más de la inmensa maquinaria del consumismo mundial para entrarle al sicariato. Los familiares o amigos que auxilien a delincuentes dedicados a la transportación, maquila y distribución de metanfetamina, fentanilo y cualquier sustancia adictiva y popular entre la indefensa juventud americana serán tratados con la misma rudeza que Osama Bin Laden. No importa si es un cuate que “guardó un paquete a un amigo, o le prestó un vehículo para su escape o facilitó refugio en días difíciles”, si se puede demostrar o hay exceso de confianza, en el preciso instante que usted se involucre en la vida de un posible delincuente, se puede considerar como conspirador y colaborador de narcoterroristas. Vamos, en este país llamado México la narco cultura forma parte del lenguaje del vulgo y las élites simultáneamente, estamos tan familiarizados con ese concepto de vida que nuestra visión arquetípica de la amistad, lealtad y éxito se ha modificado de una forma absurda. Todos tenemos alguien cercano integrado en la estructura formal de una organización criminal. Antes decían “somos más los buenos”, yo tendría mis reservas antes de hacer una afirmación tan audaz, los ingenuos mexicanos aman esa basura, la cultura buchona.
No hay estudios serios y exhaustivos del daño que han causado a la psique colectiva de la sociedad mexicana todas las acciones tendientes a normalizar la vida del traficante, casi siempre relacionado con pacas de dinero, mujeres transformadas y drogas, excesos, riqueza insultante que compite con la de los políticos, la alta jerarquía eclesiástica y el alto mando militar. Lo que sí me atrevo asegurar es que los jóvenes mexicanos adoran e idolatran a los narcos, a los artistas que los magnifican y destacan su estilo de vida disoluta y vacía. Los autos grandes y caros, los ejércitos particulares con gente armada y vehículos blindados, el trajinar de los balazos y las persecuciones, modernas narraciones de caballeros medievales sobre ruedas, vidas de ficción. Los jóvenes mexicanos a pesar de los esfuerzos del gobierno por enseñarles un oficio que los integre a la vida productiva, prefieren soñar con la gloria sangrienta del que despoja, secuestra y asesina a sus adversarios. Esa fantasía enamora por igual a ricos y pobres, cada quien su ilusión, unos desean reivindicar su estadía en este mundo ante una sociedad que los repele, que los desecha como basura y hasta los quiere reciclar. El pobre que se mete en la delincuencia lo primero que busca es impunidad, el dulce placer de ser culero y que nadie te diga nada. Los jóvenes de clase media o hacia arriba buscan prestigio social, curiosamente ya no está tan mal visto ser un narcotraficante, -porque esa miseria ha llegado hasta los sectores acomodados- los delincuentes gustan de asociarse con gente bien para instalar negocios de blanqueo de dinero, es un buen trato, los niños ricos rentan sus apellidos de abolengo y los capos una pantalla que les permita brincar algunas regulaciones fiscales. El socio perfecto es un joven imberbe de familia acomodada, quizás con cierta vena violenta pero sin llegar a los niveles extremos de los criminales, ellos (los capos) les proveerán de algo de adrenalina a su miserable existencia, tal vez un estacionamiento exclusivo en el antro y una mesa reservada con su nombre, con eso se conformarán esos payasos para sentirse Pablo Escobar repitiendo: ¿plata o plomo?.
En la ciudad de Roma se encuentra detenido el joven potosino José Miguel Maya Zulaica, hijo de un empresario muy conocido. La detención fue producto de una solicitud del buró federal de investigación (FBI) que seguía la pista de una célula que traficaba drogas hacia el mercado norteamericano. Al parecer el directamente involucrado sería un familiar directo del joven recluido en Italia, un tío de nombre Mario que ya se había ganado un nombre en el mundo del hampa, la participación del sobrino podría ser en algunas acciones de logística para supervisar y coordinar los envíos al mercado texano. Sin embargo, la investigación arroja -según ha trascendido- pruebas contundentes que lo involucran en una serie de actividades que son de interés prioritario. Existe la solicitud de extradición por parte del gobierno americano para ser enviado a juzgar en su territorio y por medio de sus leyes, aquí el gobierno mexicano difícilmente intervendrá en favor de los derechos del presunto delincuente. Al menos en esta presidencia todo aquél que quiera morirse, -aunque sea de vergüenza- que se meta con el fentanilo. La información referente al caso trasciende limitadamente, el papá del joven detenido es famoso por ser el chismoso más rápido de la comarca tunera pero por razones obvias ha preferido guardar total secrecía y cerrar el hocico. Esa misma lengua viperina que tantas reputaciones acabó en el pasado, ahora está en estado comatoso, casi inerte. Miguel Maya Romero se siente muy angustiado, si el hijo llega a pisar territorio americano, muy posiblemente podría ser acusado de formar parte de una organización terrorista. Aunque igual la defensa del hijo podría aplicar la defensa mexicana, primero, -y aunque casi nunca funciona- la ignorancia de la ley; segundo, asegurar que fue obligado a participar en actividades delictivas; tercero, que el sistema lo obligó porque se fueron cerrando las oportunidades y que a pesar de haber sido fagocitado por el sistema económico neoliberal buscó la manera de emprender; la última, algún especie de trastorno mental que domina su mente y lo convierte en una especie de monstruo narcisista ávido de atención. Los hijos, esos perfectos desconocidos.
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