El hombre pasa la mitad de su vida haciendo cosas que no sabe hacer, y la otra mitad quejándose de que los otros hagan igual. Noel Clarasó.
Las lluvias que azotan San Luis Potosí han dejado al descubierto una verdad incómoda: el Estado no está preparado para proteger a sus ciudadanos cuando la naturaleza se desborda. Más de 1,360 familias han sido evacuadas, los ríos han superado sus niveles críticos, y comunidades enteras han quedado aisladas. Pero lo más doloroso no es solo el agua que invade las casas, sino la sensación de abandono que cala más hondo que cualquier inundación. En medio de esta emergencia, el gobernador Ricardo Gallardo Cardona acudió a las zonas afectadas con despensas en mano. Su presencia, aunque simbólicamente importante, no logró disipar la angustia de quienes han perdido todo. Porque lo que se necesita no son solo alimentos, sino garantías. No solo gestos, sino estructuras. No solo visitas, sino políticas públicas que prevengan, atiendan y reconstruyan. Tal parece que la naturaleza desborda lo que el estado no puede contener. Pero eso no impide que los políticos acudan a hacer campaña. Como cualquier evento no puede faltar la transmisión en vivo de los personajes de la vida pública mostrando la miseria, la angustia de los desvalidos, la gratitud del desamparado que recibe una limosna. Hasta el alcalde capitalino Enrique Galindo Ceballos le alcanzó para salir en las fotos junto al jefe del ejecutivo, cargando una cajita con la publicidad del gobierno estatal, unidos codo a codo y sin distingo de ideologías, sin mayor interés que lucrar con el infortunio y la fatalidad ajena. Político que se respeta tiene que estar en el lugar de la noticia, ya sea un momento histórico o siniestro, que se sepa que no le tienen miedo al miedo.
La Huasteca potosina, entre otras regiones, vive hoy una tragedia que no es nueva, pero sí cada vez más grave. Las lluvias intensas, exacerbadas por el cambio climático y la deforestación, encuentran en la precariedad urbana y la falta de infraestructura un terreno fértil para el desastre. Los habitantes de estas zonas se encuentran inermes, muchos de ellos, en colonias instaladas irresponsablemente en las márgenes de los ríos. Las autoridades, pese a los protocolos y los planes de emergencia, han demostrado una preocupante falta de capacidad operativa. Las brigadas llegan tarde, los albergues improvisados carecen de lo básico, y la información oficial es escasa y contradictoria. En este vacío institucional, la única respuesta efectiva ha surgido desde abajo: la organización comunitaria. Vecinos que rescatan a otros vecinos. Jóvenes que improvisan centros de acopio. Mujeres que cocinan para decenas de personas con lo poco que les queda. La solidaridad ha sido más eficaz que cualquier decreto. Y aunque esta fuerza es admirable, no debería ser la única línea de defensa. Si acaso la secretaría de la defensa nacional con su plan DN – III representan una intervención cuasi divina cada que hay una catástrofe que atender. Pero los ciudadanos que se unen sin apoyo del estado para ayudar no buscan publicidad, no aspiran a una candidatura, ni volverán a exigir el voto ciudadano a cambio de su generosidad, es simplemente solidaridad. No hay tormenta más peligrosa que la indiferencia institucional. El desastre natural se vuelve humano cuando no existe autoridad que responda y las despensas no reconstruyen hogares, ni devuelven la dignidad perdida, justifican un presupuesto que muy seguramente será duplicado en el informe oficial de la cuenta pública.
La tragedia de San Luis Potosí debe ser un parteaguas. No podemos seguir normalizando que la única opción ante el desastre sea la autogestión. Es urgente que la ciudadanía se organice no sólo para enfrentar la emergencia, sino para exigir cambios estructurales. Que inviertan en infraestructura hidráulica y se revise el ordenamiento territorial, que se fortalezcan los sistemas de protección civil. Que se gobierne con anticipación, no con paliativos. Porque si algo ha quedado claro es que el agua no distingue entre colores partidistas ni promesas de campaña. Y que cuando el Estado falla, el pueblo se organiza. Pero esa organización debe convertirse en exigencia, en propuesta, en poder ciudadano. No hay refugio más firme que el que se construye en comunidad. En México estamos acostumbrados a que cuando sucede un evento trágico los políticos prometen revisar los atlas de riesgos, conforman comités de proximidad para revisar políticas públicas de protección civil, incluso puede que hasta destinen unos cuantos pesos para simular que les interesa resolver algo que preferiblemente se lo dejarán a la suerte. La tragedia no necesariamente se mide en pérdidas, sino en silencios oficiales. No se diga los alcaldes de los municipios huastecos, esos solo viven pensando en la próxima elección y reelegirse o proponer a un hijo, esposa o amasia para sucederlo en el cargo, su prioridad son la asignación de los contratos de obra pública y las licencias para instalar muladares, congales y burdeles. El día que las autoridades estatales hagan su trabajo de la mano de las autoridades municipales podrán reducirse los riesgos para la población que hasta el momento sólo puede encomendarse a su santo predilecto y rogar porque la catástrofe pase de largo.
Bien harían los partidos políticos en donar su presupuesto público que según informó el consejo estatal y de participación ciudadana (CEEPAC) equivale a casi 170 millones de pesos para repartirse entre las inútiles burocracias partidistas, ya que tiene tantas ganas de ser altruistas, que comiencen por “devolver al pueblo lo robado” como dijera aquel anciano necio al que le debemos la mitad de nuestros problemas, el que pensaba barrer la corrupción como las escaleras, “de arriba para abajo”, era muy sencillo. Una sola cosa tengo que agradecer a nuestro prócer de la patria Andrés Manuel López Obrador, él fue el único capaz de hacer divertidas las sesiones de la suprema corte de la nación, es como estar en un programa cómico musical de los años setenta. Solo por ver a ese personajillo intentando controlar al par de señoras locas (Yasmín y Lenia), al ministre chicharrón, a la abuelita que se queda dormida y a los otros magistrados de utilería habría pagado un bono por toda la temporada. Si acaso solo hay algo que podría mejorar el programa pero tal vez en la temporada 2026, un talk show donde los obliguen a convivir durante semanas y que haya cámaras de video las 24 horas, todo esto dentro de las instalaciones de la suprema corte y que vivan ahí sin poder salir y que cada determinado tiempo los ciudadanos podamos votar por expulsar a uno de la corte y que el ganador pueda elegir otros estúpidos para que así se renueve cada año el personal que integre la suprema corte de la nación. Puede que parezca una idea compleja y algo idiota pero si se quiere conservar la confianza de los ciudadanos en su sistema de justicia deberíamos mantener vigentes a nuestros ministros. ¿Acaso queremos que suceda lo que pasó en el senado? Esos ilusos ya no divierten a nadie.
A nuestros hermanos huastecos, tengan cuidado porque apenas comienza la temporada de huracanes y estos cabrones ya se acabaron el presupuesto y del FONDEN mejor no hablamos porque un presidente hace años decidió que ese dinero se vería mejor en su cartera -o la de sus hijos.
@gandhiantipatro