La soga al cuello: Cada quién para su santo
En vez de darle a un político las llaves de la ciudad, deberíamos cambiar las cerraduras. Doug Larson.
En el proceso electoral 2024 se encuentra representado lo peor de nosotros como sociedad, hay de todo, agrofas, prostitutos, camanduleros, badulaques, casquivanas y petimetres, traidores y atorrantes capaces de cualquier infamia con tal de ganar. La política potosina es un catálogo de nuestros peores ejemplos: él que siempre llega tarde; la que le grita al mesero; él que se queda con la feria; la misma que se estaciona en doble fila y coloca su basura en la puerta del vecino; el que siempre alega pero nunca coopera y jamás participa; el que se burla del lisiado; él que presume lo que no tiene, pero denigra al que se esfuerza y lo difama por envidia. Nunca en la historia de San Luis Potosí hubo tanto esmero de los partidos políticos y facciones en pugna, por enviar a lo más significativo de sus principios inmorales.
Y sin embargo, algo que debería provocar repulsión sobrevive y se instala como autoridad durante tres años o seis, porque los hombres y mujeres honestas se quedan en su vida común, tal vez porque no les atrae bajar al pantano y hundirse en el fango de la ignominia. Salvo sus honrosas excepciones (porque las ha habido) la política en San Luis Potosí es como en cualquier otra parte de México, una caterva de ladrones y sus cómplices ataviados con piel de oveja y discursos trillados, obscenos y redundantes. El pueblo también hace su parte, colabora con su infinita ignorancia y hace del cotilleo su forma de propaganda y mecanismo de divulgación.
La elección en San Luis se ha convertido en un juego perverso de “sálvese quien pueda”, hay candidatos alcaldes de Morena promoviendo a diputados locales del partido Nueva Alianza en la huasteca sur, otros, candidatos municipales de PRI o PAN apoyando a los del partido verde en el altiplano, en la zona media, panistas que apoyan al candidato a diputado local que busca la reelección por la coalición “fuerza y corazón”, pero a su vez hacen activismo por el candidato alcalde de movimiento ciudadano. En la capital potosina hay panistas apoyando a la candidata del partido verde y que dicen que van a jalar con el alcalde prianista que busca reelegirse. Los más sensatos son los verdes que están obsesionados en sacar a Ruth González como senadora, y los panistas que cierran filas para defender a capa y espada a Xóchitl Gálvez.
Los morenos son muy reacios a comprometerse con cualquiera que no conozca la liturgia morenista, ellos repiten como un mantra sagrado que los protege de toda maldad frases como: “no mentir, no robar y no traicionar al pueblo”. Ellos están convencidos de que esas oraciones tienen sentido y algún día estarán consagradas con letras de oro en los anales de la historia reciente. Pueden parecer algo básico, elemental, caprichoso, pero vamos, “París bien vale una misa” y si Sonia Mendoza quiere ser alcaldesa de San Luis Potosí capital, tendrá que dejar de hacer campaña exclusivamente por el partido verde y comenzar a motivar a los morenos capitalinos para que la vean, porque hasta hoy muchos aún se piensan que solo es candidata por el partido del gobernador. En esa simple acción podría radicar la diferencia entre la gloria y el infierno. Que Sonia Mendoza se construya una posibilidad para aspirar a ser alcaldesa de San Luis depende de si logra llegar al corazón de todos esos ciudadanos que ya decidieron votar por el proyecto de Andrés Manuel López Obrador.
Por su parte el maestro Enrique Galindo Ceballos se ha echado a cuestas (política y financieramente) las campañas de varios diputados locales, federales y la del senado de la república donde su esposa contiende como suplente de Verónica Rodríguez, además de la campaña por la reelección que ha resultado mucho más complicada de lo que esperaba. Enrique Galindo ha logrado posicionar dentro del ideario colectivo la percepción de que el puntero en las encuestas es el seguro ganador de la contienda. Sin embargo, las elecciones no se ganan con encuestas, y mucho menos con likes en las redes sociales. La organización y el entusiasmo de los adeptos es lo más importante, un equipo bien motivado y con funciones muy específicas y fáciles de evaluar son el secreto del éxito en una elección tan compleja como la actual. Solo hay una cosa que ha olvidado el maestro Galindo, los panistas no lo ven como uno de ellos, es una alianza forzada, un matrimonio arreglado. Si no tiene la capacidad de enviar ese mensaje, de nada servirá que tenga comprados a los líderes del partido. Vamos, ni el pusilánime de Enrique Dahud es capaz de influir sobre el voto de su pareja sentimental.
Las dos campañas por la alcaldía capitalina vinieron a menos después de los fastuosos arranques de campaña con los que quisieron sorprender al electorado. Desde entonces, tanto Sonia como Enrique han compartido agendas muy pingües, como si se hubieran gastado el resto en el arranque y estuvieran guardando energía para la concentración masiva del cierre de campaña. Eventillos pedorros de 300 personas es lo máximo para lo que da todo lo que presumen tanto el gobernador como el alcalde capitalino de popularidad. Y eso que las campañas ahora son cortas, tan ridículamente pequeñas que ningún candidato/a alcanzará a visitar la mitad de las colonias de la ciudad. Agregue usted estimado y contrariado lector que la gente ya no participa de los procesos electorales como antes que sobraban voluntarios, ahora la gente cobra hasta por dejar que cuelguen una lona en su ventana. Me sorprenderá si más de dos candidatos o partidos logran completar la totalidad de los representantes de casilla.
Tanto Enrique Galindo como Sonia Mendoza padecen de la misma apatía, desorganización y soberbia de los equipos de campaña, los ciudadanos los ven ajenos, y en esta curiosa tiricia colectiva tal parece que la democracia no tiene cabida como la panacea de nuestro sistema político, por el contrario, la gente está dispuesta a vender su voto a cambio de cualquier dádiva. La mercantilización del romanticismo es la extinción del amor, al igual que la democracia, el voto es un mero instrumento de intercambio de valor. Se habla de que los votos estarán costando entre mil a tres mil pesos el día de la elección, así que no se los prometa a nadie, ya entrados en esta nueva realidad, si va a vender su voto, hágalo bien.