OPINIÓN

La soga al cuello: La calamidad

En la vida una tragedia no es un gran grito que dura un instante. Incluye todo lo que conduce a ella. Margaret Eleanor Atwood.

La tragedia de Acapulco nos recuerda lo frágil que es la economía del país y la vulnerabilidad de los mecanismos de reacción “antidesastre” que posee el estado mexicano. Será que ahora el ejército mexicano es responsable de muchas cosas en este gobierno y andan construyendo aeropuertos e infraestructura ferroviaria, son agentes aduanales o se disfrazan de santo clos el día de Navidad. No tiene chance como antes que inmediatamente se activaba el plan DN-III. En el top 10 de “ángel de mi guarda” del pueblo los militares se encuentran debajo del honorable cuerpo de electricistas de la comisión federal de electricidad, (CFE) ellos trabajaron a marchas forzadas para restaurar el servicio eléctrico en la zona devastada. Las autoridades municipales estupefactas, mirando al cielo, esperando la llamada de la gobernadora Evelyn Salgado o cualquier otra aparición divina. El gobierno de Guerrero, incompetente, incapaces de enfrentar la magnitud del suceso y ni siquiera de mantener el orden en las calles. Sobrevinieron los saqueos ante la desesperación y la innación del estado mexicano. El presidente de la república, atascado, en un camino bloqueado, Andrés Manuel López Obrador tuvo que regresar a la Ciudad de México sin haber podido llegar con sus amados acapulqueños, los envidiosos dirían que bien pudo ir en helicóptero (como cuando las inundaciones en Tabasco hace un par de años) pero la verdad es que no tenía nada en la mano para entregar a los damnificados, ni siquiera unas míseras botellas de agua.

 

Con el paso de los días devino la verdadera tragedia, la moral. Una ciudad que vive primordialmente del turismo sabe que su forma de vida tal vez no ha terminado, pero si va costar mucho dinero de inversión pública y privada para ponerse de pie ante la adversidad. Acapulco de Juárez es una ciudad de casi un millón de habitantes que todo el año recibe visitantes, ya sea por congresos o por el turista promedio de temporada baja que proviene de ciudades tan distantes como San Luis Potosí, organizados por personas que organizan tours de manera independiente. Existe (o existía) el Acapulco de lujo, el gran resort; el turismo de buen nivel en hoteles con excelente servicio y paquetes todo pagado; y una suerte de turismo de nivel bajo en hoteles de media estrella que reciben un trato acorde a su nivel socioeconómico; al final, todos recuerdan con ilusión las noches encantadoras de luces y ruido del puerto centenario. Los restaurantes, discotecas y hoteles llenaban de alegría su corazones (y las alcancias) con el arribo de los paseantes. Jamás importó el nivel y el color de piel de los visitantes, Acapulco era un jolgorio, una alegoría al destrampe, sobre todo los chilangos que lo utilizan para sus escapadas de fin de semana o cuando hay puentes por algún impertinente día festivo. Todo eso se acabó, por algún tiempo.

 

Como casi cualquier cosa en este país la oposición política del Andrés Manuel López Obrador inundaron la red con memes, burlas y tendencias en detrimento de la imagen presidencial por su paseo en el lodazal. Continúan con su ardua labor de cavar una tumba para el 2024. Es cínico e irresponsable querer lucrar políticamente con una catástrofe natural que arroja una gran cantidad de muertos y desaparecidos. Ese es el problema de la oposición actual del régimen, su falta de inteligencia, táctica y estrategia ante la evidente falta de capacidad intelectual de la clase política.

 

Los políticos de ahora solo pueden estar a favor o en contra de algún determinado y muy específico tema. Vamos, se dice que los políticos mexicanos tienen si acaso solo dos neuronas más que un caballo y con el único fin de que no se caguen en los desfiles. Si tuvieran un poquito de sagacidad se darían cuenta que cada que caen en el juego del presidente colaboran graciosa y gratuitamente en su estrategia de diseminación de la información y controlar lo que ahora llaman pomposamente “la narrativa”. Hasta la candidata presidencial Xóchitl Galvez cayó en el garlito de gastarse unos miles de pesos para hacer despensas e ir a salvar algunos habitantes de la muerte por deshidratación o inanición.

 

Es difícil que él presidente Andrés pierda una partida cuando su adversarios están más preocupados de si la corbata que usa combina con los calcetines y el día de la semana. Es prácticamente imposible que lo agarren “fuera de base” (menos a él que tanto le gusta el béisbol) si los que pretenden derrotarlo no conocen el llano, el barrio y las cloacas de la política mexicana. La verdad es que si mal estuvo la respuesta del gobierno federal ante la evidente calamidad, ahora les toca administrar y controlar el caos. Seguro se verán los soldados en los puntos estratégicos para evitar que se propaguen los saqueos y los asaltos a los rescatistas que no confían en el gobierno y han decidido llevar personalmente los apoyos. Después aparecerán los  chalecos guindas con las libretas y las cajas del bienestar para registrar el reparto de las despensas, ¿y porque no?… tal vez algún apoyo económico de parte del presidente Andrés Manuel. Esa forma de llegar como héroes cuando han pasado algunos días y la gente en su desesperación se aferran a cualquier promesa, la gente querrá creer lo que diga cualquier mesías trópical en plan de mártir magnánimo.

 

De vez en cuando suceden este tipo de sucesos impredecibles y que nos hacen reflexionar sobre nuestras vidas y méritos, también sobre la capacidad organizacional de nuestras autoridades. En San Luis Potosí no estamos listos ni para que suceda un terremoto con la intensidad para derrumbar un edificio de la colonia Pavón o que llueva tanto que se inunde otra colonia que no sean María Cecilia y los silos. En esta tierra olvidada de Dios la catástrofe son su gobiernos, los líderes políticos y los ciudadanos apáticos. Es difícil recordar la última vez que los potosinos participaron en una acción colectiva que pueda destacarse. El potosino promedio se ha vuelto egoísta, atenido y fanfarrón. “La tragedia del vecino no es la mía, hasta que a mí me suceda algo similar, tomaré conciencia de las cosas” -parecieran decir.

 

Cuando Enrique Galindo inició su gobierno municipal se presentó con mucha enjundia anunciando su programa “domingo de pilas” como si fuera un modelo de intervención comunitaria y acercamiento con la verdadera problemática social. Lo único que ha logrado es que los funcionarios y empleados municipales odien el domingo. La gente pide y nunca está satisfecha, ya sea el gobernador Ricardo Gallardo o el alcalde capitalino el que los visite, ellos esperan retirarse de la plaza con algo en la mano. “Los políticos siempre roban, aunque sea que me dejen algo” -dirán ellos. Perdón si le he perdido la fe a esa masa amorfa que llamamos “pueblo”, pero es que he visto en los últimos años como se deteriora el tejido social y las acciones voluntarias y desinteresadas de la comunidad. La buena vecindad es un mito, ahora es más fácil que se maten a machetazos o por el disparo de una cachimba porque algunos vecinos cerraron la calle para festejar a San Juditas.

 

Quien sabe si en esta ciudad estemos preparados para un cataclismo como el que le sucedió a nuestros hermanos de Guerrero. Si en un día bueno el INTERAPAS no es capaz de proveer un buen servicio, no quiero imaginar cómo sería en medio de la calamidad. Yo me imagino que para un saqueo si estaremos puestos y a la rapiña hasta los de corbata, pipa y guante se apuntan solícitos. Los policías estatales y municipales no me imagino quién podría contenerlos si en ocasiones son los principales generadores de violencia y los primeros en poner “pies en polvorosa” -cuando las cosas se salen de control. Bien haríamos en hacer un pase de lista para saber cómo andamos de civismo y tolerancia los potosinos. No sea que un día de estos se vaya ofrecer.

 

@gandhiantipatro

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