OPINIÓN

La soga al cuello: La corrupta consulta indígena

La corrupción es el lenguaje que todo mundo entiende. Al Capone.

 

La corrupción ha sido un flagelo endémico en las sociedades latinoamericanas, y su efecto ha sido profundo y pernicioso. En términos generales, la corrupción se refiere a la desviación de recursos públicos para beneficio personal o de grupos afines, y a menudo involucra actos de soborno, nepotismo, tráfico de influencias, malversación de fondos, entre otros.

 

Uno de los efectos más inmediatos de la corrupción es la erosión de la confianza en las instituciones públicas, lo que puede socavar la democracia y generar un ciclo de desesperanza y descontento en la población. Esto se debe a que la corrupción puede generar la percepción de que el sistema está manipulado y que los ciudadanos no tienen voz ni voto en las decisiones que les afectan directamente.

 

El pasado año, el Congreso del estado de San Luis Potosí, México, llevó a cabo una consulta indígena con el objetivo de garantizar la participación de las comunidades indígenas en el proceso de toma de decisiones del estado. La consulta se llevó a cabo en el marco de la reforma constitucional que reconoce los derechos de los pueblos y comunidades indígenas y que busca promover su inclusión y desarrollo.

 

La consulta indígena contó con la participación de representantes de las comunidades indígenas de la región, quienes expresaron sus opiniones y preocupaciones sobre temas relacionados con la educación, la salud, la seguridad, la justicia y el medio ambiente, entre otros. Durante la consulta, se llevaron a cabo mesas de trabajo y diálogos entre los participantes, en los que se discutieron los temas de interés y se intercambiaron puntos de vista y propuestas.

 

Entre las principales demandas de las comunidades indígenas se encontraron el acceso a servicios básicos de salud y educación, la protección de sus territorios y recursos naturales, y la garantía de sus derechos culturales y lingüísticos. Los participantes también manifestaron su preocupación por la violencia y la inseguridad en la región, así como por la falta de oportunidades de desarrollo económico para sus comunidades.

 

Lo que comenzó como un esfuerzo coordinado por la diputada Yolanda Cepeda Echevarría como titular del poder legislativo y principal promotora del proyecto, terminó siendo un fiasco, el presupuesto inicial de casi cinco millones de pesos, se disparó más del cien por ciento y terminó necesitando la autorización de la junta de coordinación por siete millones de pesos adicionales para concluir los trabajos.

 

Diversas irregularidades se presentaron en el desarrollo de la consulta indígena, sobre todo en la contratación de proveedores y asesores de muy dudosas credenciales que cobraron como si fueran de la ONU y al final, se conoce poco de la labor que realizaron, la principal responsable del análisis y resultados de la consulta fue la C. Ana Marcela Sánchez Flores quien a su vez subcontrató a seis personas más que fueron pagadas por el congreso del estado. Cada uno de ellos percibió entre sesenta y setenta mil pesos mensuales además de viáticos.

 

En proveeduría hay un sinfín de irregularidades, desde la renta de diez proyectores en cerca de cien mil pesos, (si los hubieran comprado habrían costado menos) hasta la asignación de un contrato de renta de sillas, compra de plásticos desechables y la adquisición de zacahuiles para alimentar a los asistentes a los foros regionales, todo ellos por un millón doscientos mil pesos.

 

La diputada Yolanda Cepeda Echevarría fue alcaldesa del municipio de Aquismón antes de ser la diputada priísta más verde de la actual legislatura. Es una más de esos güeros que gobiernan municipios de mayoría poblacional  indígena, en sí misma ella representa la precariedad del sistema político y los niveles de desigualdad que prevalecen en la huasteca potosina, quizás uno de las regiones más racistas de México.

 

 

Lo que pretendía ser un ejercicio de inclusión y participación responsable para enriquecer el debate público terminó siendo un vulgar negocio para favorecer a cuates como contratos jugosos y poco transparentes. Los indígenas huastecos ya están acostumbrados a que los traten como mercenarios, es común que cuándo algún político de la capital quiere hacer presencia y precisa de una plaza llena para tomarse una foto le paga algún líder indígena para convocar a la gente y la cantidad de asistentes requeridos se mide en zacahuiles.

 

Sería interesante saber que resultados arroja la famosa consulta organizada por el congreso del estado y la diputada Cepeda con respecto de la percepción de la corrupción en la zona huasteca. Tal vez no nos causaría sorpresa pero sí nos haría sentir un poquito avergonzados. Lo digo porque sin ser un experto lo sé, los indígenas huastecos están hechos a la idea de que el uso abusivo del poder político no solo es algo natural, sino que además es un derecho adquirido por quien logra acceder provisionalmente a él.

 

La corrupción suele tener efectos negativos en la economía, ya que puede desalentar la inversión, afecta la competitividad de las empresas locales y limita la capacidad del Estado para implementar políticas públicas efectivas. Por ejemplo, los recursos públicos que se destinan a proyectos corruptos, como la construcción de infraestructura sobrevaluada o la compra de bienes y servicios a precios inflados, no se utilizan para mejorar la calidad de vida de los ciudadanos o para fomentar el desarrollo económico.

 

Otro efecto de la corrupción es que puede perpetuar la desigualdad social y económica. Esto se debe a que a menudo son los grupos más poderosos y privilegiados quienes tienen acceso a los recursos públicos desviados, mientras que los ciudadanos comunes y corrientes no pueden beneficiarse de ellos. En este sentido, la corrupción puede contribuir a la marginalización de ciertos grupos sociales y a la perpetuación de patrones de exclusión y discriminación.

 

En términos más amplios, la corrupción puede afectar la calidad de vida de los ciudadanos y generar un clima de inestabilidad social y política. Esto se debe a que la corrupción puede alimentar la delincuencia organizada y el narcotráfico, fomentar la impunidad y debilitar el estado de derecho. En este sentido, la corrupción puede tener efectos desestabilizadores en la sociedad y generar un ambiente propicio para la violencia y el conflicto.

 

La corrupción es un fenómeno que ha afectado a México durante décadas, y que ha sido identificado como una de las principales barreras para el desarrollo económico, social y político del país. A pesar de los esfuerzos que se han realizado para combatir este problema, en la sociedad mexicana sigue existiendo una percepción generalizada de que la corrupción jamás se va a terminar.

 

La corrupción en México está profundamente arraigada en las estructuras del poder político y económico del país. A lo largo de la historia, se han desarrollado redes de corrupción que involucran a políticos, empresarios, funcionarios públicos y agentes de la ley, entre otros actores. Estas redes han creado un sistema de impunidad en el que los responsables de actos de corrupción rara vez son castigados, y en el que el dinero y el poder pueden comprar la protección de las autoridades.

 

La corrupción se ha convertido en un problema sistémico, que afecta no solo a los actores individuales, sino también a las instituciones y los procesos democráticos del país. Con el paso del tiempo ha erosionado la confianza de la sociedad en las instituciones públicas, se ha debilitado la gobernabilidad y ha limitado la capacidad del estado para resolver los problemas más urgentes del país, como la pobreza, la violencia y la desigualdad.

 

A pesar de los esfuerzos que se han realizado en los últimos años para combatir los abusos de poder, muchos mexicanos tienen la percepción de que los avances han sido limitados y que la corrupción sigue siendo un problema generalizado en la vida pública del país. La falta de resultados tangibles en la lucha contra ello ha generado una sensación de desesperanza y frustración en la sociedad mexicana, que ve con escepticismo los esfuerzos de las autoridades para erradicar este problema.

 

Es imposible vencer a la herencia maldita de la que el gobernador Ricardo Gallardo Cardona se duele cada que se acuerda, dos de sus principales aliados en el congreso del estado provienen de ese grupo que tanto daño hizo al estado, Yolanda Cepeda y Alejandro Leal sólo buscan impunidad y están dispuestos hacer lo que sea necesario para conservar su nivel de influencia y seguir gozando de impunidad.

 

En conclusión, la percepción de que la corrupción jamás se va a terminar en México se explica por la larga historia de abusos en el país, la profunda penetración de las redes de complicidad en las estructuras del poder político y económico, la naturaleza sistémica del problema y la falta de resultados tangibles en la lucha contra los delitos de cuello blanco.

 

@gandhiantipatro

 

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